Los creyentes en Cristo enfrentan la muerte con la confianza de que nada puede separarlos del amor del Padre.
1 Pedro 1.3-5
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe. Hay muchas personas que piensan que basta con creer que Cristo vivió y murió. Pero la resurrección del Salvador es esencial para lo que Él afirmó acerca de su identidad y para el cristianismo como fe. Retomando la pregunta de la meditación devocional de ayer, debemos examinar qué clase de hombre es este que resucitó de los muertos.
La respuesta es que Jesucristo es el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados y que resucitó porque la muerte no tiene poder sobre Él. La resurrección autenticó el ministerio de Cristo. Todo el tiempo, Él dijo e hizo cosas para revelarse como Señor. Cuando el Cordero de Dios —el sacrificio perfecto por el pecado— venció la muerte, confirmó su identidad. ¿Quién, sino el Creador, podría volver a la vida?
Podríamos también responder la pregunta diciendo que el hombre que regresa de entre los muertos es digno de nuestra esperanza. Puesto que Jesucristo manifestó el poder de Dios para dar vida eterna a sus seguidores, la existencia terrenal de estos no marcha hacia el fin; por el contrario, es el capítulo inicial de una hermosa y eterna relación con Dios. El apóstol Pablo dijo que al morir, los cristianos están ausentes del cuerpo y presentes delante del Señor (2 Co 5.8). Por tanto, ¡lo mejor está por venir!
Fuera de la resurrección de Cristo, no hay esperanza. Quienes van tras sus propias versiones de inmortalidad no tienen ninguna seguridad de vida después de la muerte porque, para ellos, no hay ninguna. Pero los creyentes en Cristo enfrentan la muerte con la confianza de que nada puede separarlos del amor del Padre. La muerte es solo un breve viaje al hogar celestial.
Devocional original de Ministerios En Contacto