Quienes reconocen sinceramente su pecado y aceptan responsabilidad por el mismo, mantienen una relación correcta con el Señor.

1 Juan 1.5–2.2

Juan usó la metáfora de las tinieblas y la luz para describir una vida de pecado en contraposición a una vida en Cristo. (1 Jn 1.7). Dios es luz pura y perfecta (1 Jn 1.5) que brilla a través de la persona obediente. Sin embargo, cuando invitamos las tinieblas —el pecado— a nuestra vida hay un conflicto inmediato. La oscuridad y la luz no pueden mezclarse.

La única manera de mantener un espíritu puro es confesando el pecado. Si bien fuimos limpiados por la obra de Cristo en la cruz y nada puede cambiar la identidad que tiene un hijo de Dios, el pecado estorba la comunión entre el Señor y nosotros (Is 59.2). Si no es confrontado, puede ahogar nuestro espíritu hasta que solo débiles rayos de la luz de Cristo puedan penetrarlo.

La confesión le pone fin a ese control. Reconocemos delante de Dios que nuestras acciones, pensamientos y palabras violan su ley y su voluntad. Aunque es tentador hacer una confesión de una manera general como, “lamento si he pecado contra ti”, este no es un método útil de echar fuera las tinieblas. Debemos ser específicos en cuanto a nuestros pecados. El Espíritu Santo no es general en su condena. Dios espera que nos ocupemos del pecado sin tardanza, para que no seamos manchados por él ni tentados a seguir en ese camino.

Quienes reconocen sinceramente su pecado y aceptan responsabilidad por el mismo, mantienen una relación correcta con el Señor. La carta de Juan confirma el deseo de Dios de echar fuera las tinieblas y mantenernos plenamente en la luz de su amor. A nosotros nos corresponde ocuparnos sin tardanza de la inmundicia que Satanás y este mundo nos lanzan.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Permanecer en la luz

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