Cuando tenemos el privilegio de satisfacer la necesidad de alguien que nos desprecia, podemos ver un cambio asombroso en la vida de esa persona.
Lucas 6.27, 28
A medida que nos llegan las historias de la iglesia perseguida, sabemos de cristianos que responden con gracia y dignidad inimaginables a encarcelamientos, golpizas y acoso. Estos santos han aprendido a obedecer el mandato de Cristo de “amad a vuestros enemigos” (Lc 6.27), aun en las circunstancias más duras. Puede que nunca enfrentemos persecución física por nuestra fe, pero nos encontraremos con personas que nos odian y nos maltratan. La reacción más natural es tenerle aversión a cambio, pero albergar mala voluntad y amargura ahoga nuestro testimonio y envenena nuestras almas. Por el contrario, el Señor nos dice que amemos a nuestros adversarios y los tratemos bien.
La palabra en griego para este tipo de amor es agape; no se trata de un sentimiento basado en la simpatía o el favor de la otra persona hacia nosotros, sino es un acto voluntario en el que decidimos hacer lo que es mejor para la otra persona. Es el tipo de amor que Dios tiene y, por tanto, no es algo que podamos generar. Pero mientras el Espíritu Santo produce su fruto, el amor ágape fluirá a través de nosotros, aun a nuestros enemigos. Cuando alguien nos hace mal o nos lastima, es una oportunidad de ser testigos de Cristo. En vez de albergar animosidad o buscar venganza, se nos dice que oremos por nuestro adversario. En vez de rogarle al Padre que derrote a nuestro enemigo, podemos pedirle la fortaleza para expresar amor cristiano. Esa es la clase de oración que Dios se complace en responder. Y cuando tenemos el privilegio de satisfacer la necesidad de alguien que nos desprecia, podemos ver un cambio asombroso en la vida de esa persona.
Devocional original de Ministerios En Contacto