Una comprensión correcta de nuestra ciudadanía eterna cambia nuestra perspectiva y prioridades en esta vida, impulsándonos a hacer tesoros en el cielo, no en la Tierra.

Filipenses 3.7-21

Un antiguo himno dice: “El mundo no es mi hogar, yo de pasada voy. Tesoros mil dejé por seguir a Jesús”. ¿Describe esto cómo piensa usted sobre la vida? Como creyentes, enfrentamos el peligro de olvidar que nuestra ciudadanía está en el cielo; es demasiado fácil comenzar a pensar en este mundo como nuestro hogar.
Cada vez que alguien se aparta del pecado y pone su fe en Cristo para salvación, su nombre queda registrado para siempre en el cielo. Es como si el nuevo creyente ya estuviera allí. Efesios 2. 5, 6 lo dice de esta manera: Dios “nos dio vida juntamente con Cristo… juntamente con él nos resucitó, y… nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo”.

Como una garantía adicional de nuestra posición espiritual en el cielo, hemos sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa como las arras de nuestra herencia (Flp 1.13, 14). Pero, por ahora, vivimos en este mundo y estamos sujetos al dolor, la enfermedad, los padecimientos y la muerte. No obstante, cuando Cristo regrese, transformará estos cuerpos débiles y mortales en cuerpos gloriosos como el suyo. Aunque no sabemos con exactitud cómo nos veremos, podemos estar seguros de que nuestro nuevo cuerpo celestial será muy superior al que tenemos ahora. ¿Espera con ansias ese día, o ha sido cautivado por los placeres fugaces y los sueños de este mundo? Puesto que la Tierra es solo nuestro hogar temporal, debemos tener cuidado de no apegarnos demasiado a las cosas que ella ofrece. Una comprensión correcta de nuestra ciudadanía eterna cambia nuestra perspectiva y prioridades en esta vida, impulsándonos a hacer tesoros en el cielo, no en la Tierra.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Ciudadanos del cielo

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