No saber lo que deseamos en realidad, nos lleva a presentar a Dios una serie de peticiones al azar y poco sinceras.
Juan 16.23, 24
Si tuviera que nombrar el deseo que hay en su corazón, ¿tendría una respuesta? ¿Cuánto tiempo le llevaría expresar su anhelo más profundo y sincero?
Por supuesto, todos tenemos una lista interminable de cosas que queremos, ya sea un televisor de pantalla grande, un vehículo nuevo, un ascenso en el trabajo o el respeto que pensamos que merecemos. A nuestra lista de deseos añadimos y quitamos cosas todos los días; nuestros deseos son, con frecuencia, dictados por lo que tienen las personas que nos rodean. A veces, ver simplemente el automóvil nuevo de un amigo nos produce la “fiebre del carro”, incluso si tenemos un automóvil excelente.
Nuestros deseos van y vienen, pero ¿qué de nuestros verdaderos anhelos? Si usted nunca ha dedicado tiempo para meditar con detenimiento acerca de este asunto, es posible que ni siquiera sepa cuáles son los deseos de su corazón. Y si ese es el caso, ¿cómo puede pedirle a Dios que se los conceda? La sencilla respuesta es que no será posible.
No saber lo que deseamos en realidad, nos lleva a presentar a Dios una serie de peticiones al azar, incoherentes y poco sinceras. A veces, el Señor responde misericordiosamente estas peticiones, y otras veces nos protege de ellas. Si nuestras peticiones no se basan en la oración y en la sinceridad de corazón, es posible que nunca entendamos por qué se quedan sin respuesta.
¿Es capaz de articular el deseo que hay en su corazón hoy? Si no es así, dedique tiempo para orar esta semana en cuanto a este asunto. Primero, pídale al Señor que abra sus ojos a lo que Él desea para usted; y luego, que cambie su corazón para que pueda apropiarse de esos deseos.
Devocional original de Ministerios En Contacto