Nada de lo que sucede está más allá del control de Dios.
Romanos 8.28, 29
Nada de lo que sucede está más allá del control de Dios. En última instancia, todo lo que llega a nuestra vida es enviado por nuestro Padre celestial o permitido por Él, y lo que no es impedido de acuerdo con su voluntad. Pero a veces nos podemos llegar a sentir tan atrapados por las circunstancias, que olvidamos la omnipotencia del Señor. Luego, cuando la vida se vuelve problemática o penosa, nos sentimos tentados a reaccionar contra lo que pareciera estar causando problemas. ¿Nos despidieron? Culpamos al jefe. ¿Seguimos solteros? Culpamos al sexo opuesto.
Para ilustrar esta idea, piense en un niño que debe tomar un antibiótico que tiene un sabor desagradable. En un ataque de frustración, retira con un golpe el frasco en la mano de su madre, a pesar de que el envase es solo un “agente secundario”. Mamá es quien suministra la medicina, pero como no puede darle un golpe a ella, dirige su irritación al envase.
Cuando “golpeamos al frasco”, descargamos la ira y el resentimiento que tenemos contra el vaso que el Señor está usando, en vez de aceptar que su voluntad está en acción. Dios nos asegura que está manejando los detalles de nuestra vida de una manera que, al final, nos beneficiará; pero no podemos dar por sentado que eso significa que todo resultará de nuestro agrado.
A veces, es más fácil descargar nuestra ira contra un agente terrenal, que ser sinceros con nuestro Padre celestial en cuanto a la frustración que sentimos por nuestras circunstancias. Pero al Señor le agrada la honestidad. Tanto Jesús como el apóstol Pablo clamaron en su angustia (Mt 26.39; 2 Co 12.7-9). Si reconocemos que Dios tiene el control, y que Él guía nuestro futuro para bien, entonces no nos mantendremos desanimados por mucho tiempo.
Devocional original de Ministerios En Contacto