Ser una de las ovejas de Cristo es la condición más segura y alentadora que existe.

Juan 10.1-18

Si usted es como la mayoría de las personas de hoy en Día, es probable que no sepa mucho acerca del pastoreo de ovejas, pero en los tiempos bíblicos esta era una ocupación común. Cada noche, se podían ver a pastores llevando su rebaño a un redil comunal para dormir. Y cada mañana, las llamaban para salir del redil y llevarlas a pastar. El trabajo del pastor consistía en encontrar comida y agua, proteger a las ovejas de los depredadores, rescatar a las que se alejaban y cuidar a las débiles o heridas. El pastor vivía entre su rebaño y dormía al otro lado de la puerta del redil para mantener a las ovejas dentro y a los lobos fuera. Aunque este era un trabajo humilde, desaseado y agotador, Cristo lo usó para identificarse, diciendo: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10.11, 14).

El Dios Soberano del universo se humilló, se hizo hombre y vivió entre “ovejas” humanas pecadoras y tercas. Dio su vida por ellas, para que todos los que creen en Él puedan entrar en el redil y llegar a ser parte de su rebaño. Y una vez que se convierten en sus ovejas, hace por ellas justo lo que hacían los pastores hace mucho tiempo: las alimenta, las protege, las trae de regreso cuando se alejan, fortalece a las débiles y cuida de las que están heridas. Ser una de las ovejas de Cristo es la condición más segura y alentadora que existe. Él nos conoce a cada uno de manera personal y nos llama por nuestro nombre, guiándonos en cada paso del camino a través de esta vida. Así que cuando somos de verdad suyos, podemos distinguir su voz de todas las demás y seguirlo con obediencia.

Devocional original de Ministerios En Contacto

El Señor: Nuestro Pastor

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