Satanás ha perdido su poder, y no puede de ninguna manera sabotear la vida eterna que tenemos.
Hebreos 2.14, 15
Un día después de la crucifixión, la vida debe haber parecido desesperante para los seguidores de Jesús. Habían visto morir a su amado líder, y el enemigo parecía haber triunfado. Al ver la preeminencia del mal hoy, pudiéramos pensar lo mismo. Pero estaríamos equivocados, porque cuando Cristo murió en la cruz, Satanás fue derrotado.
En Génesis 3.15, el maligno —que había hablado por medio de la serpiente— fue condenado por su papel en el pecado de Adán y Eva. En cuanto al conflicto entre los reinos de la luz y de las tinieblas, Dios le dijo a Satanás: “Su simiente [de Eva] … te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (LBLA). Esta era la manera del Señor de anunciar: “Cristo te vencerá”.
Es por eso que el enemigo hizo todo lo posible por frustrar el plan de redención de Dios, intentando incluso el genocidio para impedir la llegada de Jesús, o trastocar el plan divino (Est 3.6; Mt 2.16). Puesto que el diablo conoce todas las profecías, estaba muy consciente de que Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, nacido de una virgen, y exento de pecado, había venido para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20.28). Esto significaba que si el Cordero de Dios moría en la cruz, su sangre pagaría la deuda de pecado de la humanidad
(Ro 4.7-8). Satanás quería que Jesús muriera, pero en otro momento y de otra manera. (Vea Lc 4.29, 30.) Pero todos sus esfuerzos equivalían a un “pellizco en el talón” comparado con el golpe final que Cristo le propinaría en la cruz.
Satanás ha perdido su poder, y no puede de ninguna manera sabotear la vida eterna que tenemos. Si usted cree en Cristo, recuerde que “mayor es el que está en [nosotros] que el que está en el mundo” (1 Jn 4.4).
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