“No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar.” Mateo 10:28
Y otra vez, y tan pronto, luchamos para encontrarle sentido al derramamiento de sangre y la violencia. Hace unos meses ciclistas atropellados en la ciudad de Nueva York. Hace unas semanas adoradores masacrados en una iglesia de un pequeño pueblo del sur de Texas. La vida es un viaje peligroso. Pasamos nuestros días a la sombra de realidades inesperadas. El poder de aniquilar a la humanidad, pareciera ser, ha sido puesto en las manos de personas que se alegran de poderlo hacer.
Contrario a lo que esperaríamos, las personas buenas no están exentas de la violencia. Los asesinos no le dan tregua a aquellos que pertenecen a Dios. Los terroristas no descartan a sus víctimas de acuerdo a sus currículums espirituales. Los sedientos de sangre y los malvados no le pasan de lejos a los que van para el cielo. No estamos aislados. Pero tampoco estamos intimidados.
Jesús tenía unas cuantas palabras acerca de este mundo brutal: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar.” Mateo 10:28.
Sus discípulos necesitaban de esta afirmación. Jesús les dijo que esperaran ofensas, juicios, muerte, odio y persecución (Mateo 17-23). No esa clase de discurso de vestidores que le dan ánimo al equipo. Para reconocimiento de ellos, ninguno defraudó. Quizás no lo hicieron por tener el recuerdo fresco de los músculos flexionados de Jesús en el cementerio. Jesús había llevado a sus discípulos al otro lado del país de los gadarenos donde habían dos hombres que estaban poseídos por demonios que se encontraron con él en lo que estaban saliendo de las tumbas. Estaban tan terriblemente violentos que nadie podía atravesar la calle. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? (Mateo 8:28-29).
Estos dos hombres estaban poseídos por demonios y consecuentemente muy violentos. La gente le daba la vuelta por afuera del cementerio para evitarlos. Jesús no. Él caminó por ahí como si fuera dueño del lugar. Los demonios y Jesús no necesitaban ninguna presentación. Ya habían luchado así en algún otro lugar, y los demonios no tenían interés alguno en una revancha. Ni siquiera se pusieron a pelear. “¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8:29) ¿Caídos, dudando, trasladados? “Sabemos que nos vas a poner en nuestro lugar al final, pero vamos a pasar por doble tribulación mientras tanto? Se doblaron como títeres sin cuerdas. Patética su apelación: “Por favor envíanos a este hato de cerdos.” (Mateo 8:31).
Jesús así lo hizo. “Vayan”, los exorcizó. Sin gritos, sin alaridos, sin titubear, bailar, incienso, ni demanda. Tan solo una pequeña palabrita. Nosotros los cristianos podríamos rastrear toda fuente de violencia al diablo. Le depositamos la culpa del derramamiento de sangre a los pies de aquél cuyos días están contados: Satanás. Encontramos nuestra esperanza en la victoria segura de Jesús.
Aún este mundo lleno de demonios,
que amenazan con deshacernos,
no tendremos temor, porque Dios nos ha dispuesto
su verdad para triunfar a través de nosotros:
el príncipe de las tinieblas vencer,
no temblamos ante él,
su furia podemos soportar,
porque en verdad su perdición segura está,
con una pequeña palabrita él caerá.
Este es el balance sobre el cual Jesús escribe el cheque de la valentía: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mateo 10:28).
La valentía emerge, no del incremento en la seguridad policíaca, sino de una madurez espiritual mejorada. Estos días de violencia hacen un llamado a personas de fe. Personas temerosas son propensas a tomar decisiones pobres. Reaccionan de más, se quiebran, se van. Las personas con valentía, por otros lados, pueden pensar en frío. No están ciegos a, ni abrumados por el mal en el mundo.
Martin Luther King fue ejemplo de esta valentía. Él escogió no tener miedo de aquellos que querían hacerle daño. El 3 de abril de 1968 él pasó horas esperando en un avión sobre la pista debido a amenazas de bomba. Cuando aterrizó en Memphis más tarde ese día estaba cansado y con hambre, pero no con miedo. “Tenemos días difíciles por delante”, le decía a la multitud. “Pero no me importa en este momento. Porque he estado en la cima de la montaña. Y no me preocupa. Como todos los demás, me gustaría vivir una larga vida. La longevidad tiene su lugar. Pero no me preocupo por eso en este momento. Sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la cima de la montaña. Y he mirado desde ahí. Y he visto la Tierra Prometida. Y estoy feliz esta noche. No estoy preocupado por nada. No le tengo miedo a ningún hombre. Mis ojos han visto la gloria venidera del Señor.” Él estaría muerto en menos de veinticuatro horas. Pero las personas que le querían hacer daño no llegaron a cumplir su meta. Le quitaron su aliento, pero nunca le quitaron su espíritu. Los malhechores tienen menos oportunidad para hacerle daño si usted aún no es una víctima. “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado.” (Proverbios 29:25).
La verdadera valentía abraza las realidades gemelas de la dificultad actual y el triunfo venidero.
Evitemos el optimismo falso. No ganamos nada con aparentar por encima de la existencia de la brutalidad humana. Pero tampoco nos unimos a las frases de los negativos en extremo. “¡El cielo se derrumba, el cielo se derrumba!” En alguna parte entre el aparentar positivismo y el negativismo, entre la negación y el ataque de pánico, se encuentran los de pensamiento equilibrado, pensamiento claro, personas de fe inconmovible. Con los ojos abiertos, mas sin miedo. Sin terror de los aterradores. Los muchachos más calmados de la cuadra, no por la ausencia de matones, sino por la fe en nuestro Padre celestial. Las personas de Dios de antes conocían esta paz: “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.” (Salmo 27:3).
No ceda ante sus temores. Resista la tentación de rendirse y echar para atrás. Esta es una hora para la fe, el tiempo para la esperanza fundada en Dios. “Guarda silencio ante Jehová, y espera en Él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades.” (Salmo 37:7)
La valentía es una decisión. Que sea la suya.
Devocional original de Max Lucado