Cuando alguien se agota espiritual, emocional o físicamente, se vuelve vulnerable al desánimo.
Colosenses 4.2-6
La oración es una prioridad para cualquier persona que desee ser usada poderosamente por Dios. Jesús se escabullía a menudo para tener momentos de quietud con su Padre. Si el Hijo de Dios necesitaba pasar tiempo en oración, ¡sin duda que nosotros no podemos vivir bien sin ella! Ayer vimos que quienes no buscan la ayuda de Dios se fatigan con cargas innecesarias. Hoy veremos los resultados de moverse penosamente en la vida bajo esas cargas.
Cuando alguien se agota espiritual, emocional o físicamente, se vuelve vulnerable al desánimo. Josué fue exhortado a meditar en la Ley porque su éxito dependería de seguir la voluntad de Dios (Jos 1.8, 9). Tener al Señor en el centro de nuestra atención crea confianza. Sin la oración y la lectura de la Biblia —que no pueden separarse— los creyentes caen en un círculo vicioso en que los problemas se hacen más grandes al tratar de darles una solución humana. Bajo tales condiciones, el desánimo es inevitable.
La pérdida de confianza es seguida pronto por la duda. El creyente que se sumerge en la oración y en la lectura de la Biblia hallará seguridad en el poder y en la presencia del Señor. Pero alguien que duda de la fidelidad de Dios buscará refugio en cualquier parte, menos en esas disciplinas. Al final, la persona se aparta de la voluntad de Dios, al tratar de encontrar una solución engañosa.
La consecuencia de no orar es el fracaso, pero la buena noticia es que se puede superar. Las medidas correctivas son sencillas: pedir perdón a Dios por no orar, y luego dar prioridad a un tiempo regular de quietud con el Señor. En esos momentos de comunión, Él hará más liviana las cargas, dará aliento y colmará a sus hijos de confianza.
Devocional original de Ministerios En Contacto