Si Jesús es la vid, y nosotros los pámpanos, entonces el Espíritu es la sabia que nos prepara para la vida cristiana.
Hechos 2.1-4
El Espíritu Santo no hizo su primera aparición en Pentecostés. Al estudiar la Biblia lo encontramos mencionado aun en el relato de la creación (Gn 1.2). También es conocido por haber hecho la obra del Padre a lo largo del Antiguo Testamento y en los Evangelios.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo investía de poder a las personas para que realizaran ciertas tareas específicas. Por ejemplo, la inteligencia y habilidades que Dios dio a Bezalel lo capacitaron para ser el principal constructor del Tabernáculo (Éx 31.1-5). También leemos que el Espíritu venía sobre los líderes que necesitaban ayuda en trabajo de dirección (Nm 11.16, 17); sobre guerreros que enfrentaban tareas formidables (Jue 6.34; 1 S 16.13); y sobre los hombres llamados a proclamar la Palabra de Dios (Is 61.12; Ez 2.1-4). Cuando el Señor quería que se realizara algo, escogía a alguien para que lo hiciera. Luego el Espíritu Santo lo preparaba para la tarea. Daba poder solo a ciertas personas, y no permanecía en ellas por mucho tiempo.
Para indicar que la relación del Espíritu con los creyentes sería diferente que antes, Jesús dijo a sus discípulos: “Mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn 14.17). El Espíritu Santo de Dios había estado al lado de los discípulos durante su tiempo con Cristo, pero después que el Señor terminó su obra en la tierra, moraría dentro de ellos de manera permanente.
Desde Pentecostés, todo creyente ha recibido al Espíritu Santo. Si Jesús es la vid, y nosotros los pámpanos, entonces el Espíritu es la sabia que nos prepara para la vida cristiana.
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