A pesar de lo que piensa nuestra cultura, nuestra vida no se trata de pasarla bien, se trata de reconciliarnos con Dios.
Lucas 16.19-31
Un antiguo himno dice: “El mundo no es mi hogar / yo de pasada voy. / Tesoros mil dejé por seguir a Jesús”. Es un buen recordatorio de que esta vida no es la meta final. Como cristianos, somos ciudadanos de un reino celestial, y no debemos amar a este mundo o lo que ofrece (1 Jn 2.15). De hecho, hacerlo nos hace enemigos de Dios (Stg 4.4). En el pasaje de hoy, el Señor Jesucristo cuenta la historia de un hombre rico que vivió para sí e ignoró a Dios. Tuvo éxito según los estándares terrenales, pero descubrió demasiado tarde que su riqueza y su comodidad eran solo temporales. Después de su muerte, experimentó las consecuencias de sus decisiones: la separación eterna del Señor.
Es importante entender que este hombre no fue juzgado con severidad por Dios debido a su riqueza. El pecado del hombre rico fue que hizo todos los preparativos para el cuerpo, pero nada para el alma. Nuestra cultura practica un estilo de vida similar. Adquirir riquezas materiales y satisfacerse es el objetivo principal de muchos en nuestro mundo. De hecho, satisfacer los deseos personales parece ser la meta, ya sea que la cuenta bancaria rebose o esté casi vacía. A pesar de lo que piensa nuestra cultura, nuestra vida no se trata de pasarla bien, se trata de reconciliarnos con Dios. Quien se arrepiente del pecado y se vuelve a Cristo para salvación, vivirá por la eternidad con Él en el cielo. Pero quienes rechazan o ignoran al Señor sufrirán por la eternidad. La muerte nos llega a todos, y nunca sabemos cuándo. Por tanto, si no ha puesto su fe en Cristo como Salvador, hágalo hoy. Su destino eterno está en juego.
Devocional original de Ministerios En Contacto