Solo al tener una visión grande de Dios, y una visión pequeña de nosotros podemos ver que no añadimos nada a nuestra salvación.
Gálatas 3.1-5
En el versículo 3 del pasaje de hoy, el apóstol Pablo hace una pregunta perspicaz a todos los que han creído en Jesucristo para salvación. Dice: “¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (NVI). El sutil cambio de confiar en el Señor a confiar en la carne (o en uno mismo) puede pasar desapercibido. Cuando recibimos la salvación por la fe en Cristo, y experimentamos por primera vez la gracia gloriosa de Dios y la libertad del pecado, sabemos que nunca podríamos haberla obtenido por nosotros mismos. Nos llenamos de gratitud y asombro por haber recibido el regalo de la salvación.
Sin embargo, a medida que crecemos en la gracia y nos sometemos a las disciplinas de la obediencia y el servicio, comenzamos a acumular un registro de buenas obras y comportamiento cristiano. Por tanto, si no somos cuidadosos, podemos comenzar a confiar en nuestra piedad y obediencia, en vez de hacerlo en la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Hay algo dentro de nuestra humanidad caída que anhela atribuirse el mérito por el bien que hacemos. Reconocemos sin dificultad que somos salvos por gracia, pero luego asumimos que vivir de acuerdo a la Palabra depende de nosotros; que Dios hizo su parte al salvarnos, y ahora debemos hacer la nuestra. Solo al tener una visión grande de Dios, y una visión pequeña de nosotros podemos ver que no añadimos nada a nuestra salvación. Tampoco podemos reclamar el crédito por la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros y por medio de nosotros cuando nos santifica y madura en Cristo.
Devocional original de Ministerios En Contacto