El plan de Dios de glorificar a su Hijo en nosotros se hará realidad cuando seamos transformados a imagen de Cristo.
Efesios 1.3-14
¿Alguna vez ha sentido que la vida cristiana no es más que sacrificio? Después de todo, Cristo dijo que los que lo siguen deben negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguirlo (Lc 9.23). Si consideramos la salvación solo desde una perspectiva terrenal, puede parecer costosa, pero el pasaje de hoy nos abre los ojos a las vastas riquezas de gracia que Dios nos ha prodigado en Cristo. De principio a fin, nuestra salvación incluye una abundancia inimaginable. La bendición más grande se encuentra en el versículo 11: “Hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (LBLA). En el momento que ponemos nuestra fe en Cristo, recibimos todos los beneficios mencionados en el pasaje de hoy.
Consideremos uno de los aspectos de nuestra herencia maravillosa en Cristo: nuestra forma física. Filipenses 3.21 dice que cuando Cristo regrese, “transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria”. En este momento padecemos en cuerpos debilitados y corrompidos por el pecado, pero serán cambiados en un abrir y cerrar de ojos cuando Dios venga por nosotros. El apóstol Juan lo describe de esta manera: “Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él” (1 Jn 3.2). El plan de Dios de glorificar a su Hijo en nosotros se hará realidad cuando seamos transformados a imagen de Cristo. Entonces, ¿cuál será nuestra herencia venidera? Juan lo resume en el siguiente versículo: “Todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
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