Nuestra nueva posición es eterna e inalterable debido a la naturaleza de nuestro Dios trino.
Efesios 1.3-14
¿Recuerda usted el día en que fue salvo? En ese momento, supo muy poco de lo que sucedió. Hubo el júbilo de saber que fue perdonado, y el alivio de que fue destinado al cielo; pero lo que sucedió en ese momento fue tan maravilloso que nunca conocerá su profundidad hasta que esté en la presencia de Cristo en el cielo. Para vislumbrar la inmensidad de nuestra salvación, debemos entender nuestra condición anterior. Como descendientes de Adán, no estamos libres de las consecuencias del pecado. (Véase Ro 5.12-14). La Palabra de Dios describe esta condición como estar muerto en nuestros delitos y pecados (Ef 2.1). Aunque físicamente vivos, estábamos espiritualmente muertos.
Pero al recibir a Cristo como Salvador, ya no estamos en Adán, porque fuimos puestos en Cristo por obra del Espíritu Santo. Al reflexionar en cuanto a las profundidades de esta verdad, comenzamos a ver cuán segura es nuestra posición y lo completa que es nuestra aceptación por parte de nuestro Padre celestial. Hemos sido posicionados para siempre en el Señor Jesús por el sello del Espíritu Santo. Nuestra nueva posición es eterna e inalterable debido a la naturaleza de nuestro Dios trino. Si hubiéramos tenido algo que ver con nuestra salvación, Dios no nos habría aceptado. Pero la obra es de Él. El Señor decidió ponernos en Cristo antes de la fundación del mundo, dio a su Hijo como el medio de reconciliación, y nos selló con su Espíritu. No somos quienes mantenemos nuestra salvación. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos guardan y nos mantienen seguros. Por lo tanto, nada puede separarnos del amor de Dios.
Devocional original de Ministerios En Contacto