Los hijos de Dios hemos sido llamados a ser sus siervos.
“Ama lo que haces, y no tendrás que trabajar ningún día de tu vida”, dice un refrán moderno. Pero no siempre nos toca hacer lo que nos gusta, ni trabajar junto a gente fácil de llevar. Cualquier trabajo —incluso el que nos encanta— tiene momentos en que nos produce hastío. Nuestra actitud, entonces, no puede depender del trabajo mismo ni de cómo nos sentimos en cuanto al mismo, sino debe ser el reflejo de nuestra posición como hijos de Dios. Lo más sabio sería adoptar una nueva forma de pensar: “Trabaja para el Señor que amas, y te sentirás realizado cada día de tu vida”.
Le sacamos el máximo provecho a nuestro trabajo cuando nos vemos como siervos. El mundo de hoy nos enseña a buscar poder y respeto para sí, en vez de trabajar con dedicación para quienes tienen autoridad sobre nosotros.
Es por eso que, cuando se trata de nuestra actitud en cuanto al trabajo, la Palabra de Dios nos enseña: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales” (Col 3.22). La obediencia bíblica no es algo externo que oculta resentimiento y malestares internos, sino una verdadera dedicación a la satisfacción del empleador.
Los hijos de Dios hemos sido llamados a ser sus siervos. Puesto que pasamos gran cantidad de tiempo en nuestros trabajos, mucho de nuestro servicio se hace allí. Como empleados, debemos aplicar los principios bíblicos de la obediencia y el sacrificio, porque cualquiera que sea nuestro jefe, Dios es la autoridad máxima que ve nuestras acciones, y Él quiere vernos practicando la santidad en el trabajo.
Devocional original de Ministerios En Contacto