Ser un sacrificio vivo requiere el obediente sometimiento a la voluntad de Dios.

Romanos 11.33–12.2

En la epístola de Romanos, Pablo se ocupa de una serie de verdades, desde nuestra condición pecaminosa, que merece la ira de Dios, hasta la demostración de su misericordia en el evangelio de Jesucristo. El capítulo 11 termina con un crescendo de alabanza que debe impulsarnos a ofrecernos a Dios como sacrificios vivos. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? En Romanos 12.2, el apóstol explica una mentalidad a evitar y un objetivo a buscar. No os conforméis a este siglo. Esta no es una orden para que nos retiremos a las montañas para vivir incomunicados. En vez de eso, debemos dejar de lado nuestra pasada manera de vivir, porque está corrompida por nuestros deseos pecaminosos (Ef 4.22).

Pablo llama a esto “el viejo yo”, y es a lo que Juan se refirió como “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Jn 2.16). Hasta que nos ocupemos de estas cosas, nos encontraremos todo el tiempo lejos del altar y siguiendo nuestros propios deseos. Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento. El cambio que permanece no se produce por la fuerza de voluntad, ni por las emociones sublimes.

 Para un cambio duradero, debemos renovar nuestra mente con las verdades de Dios reveladas en su Palabra. Pablo se refiere a esta renovación con las palabras “vestíos del nuevo hombre”, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4.23, 24). Ser un sacrificio vivo requiere el obediente sometimiento a la voluntad de Dios. Mientras estemos en nuestro cuerpo terrenal, siempre habrá una batalla con el pecado y el yo. Pero, al permitir que la Palabra de Dios renueve nuestra mente, lo alabaremos tal como es su voluntad.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Un sacrificio vivo

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