Aquello a que nos aferramos solo podremos conservarlo si lo rendimos a Dios.

1 Samuel 1.1-18

La situación de Ana parecía irremediable. Estaba angustiada porque “Jehová no le había concedido tener hijos”. Lo cual por sí solo, era un gran motivo de desgracia para una mujer hebrea. Pero Ana sufría aún más por la burla de la otra esposa de su marido, quien había sido bendecida con hijos.

Aferrarnos a nuestra esperanza puede ser difícil cuando las circunstancias son amargas y no hay señales de progreso. Para los creyentes, esto puede ser todavía más desalentador, porque saben que Dios puede satisfacer sus esperanzas y remediar la situación, pero no lo ha hecho.

Ana era una mujer de gran fe, incluso en medio de su frustración y de su dolor. Año tras año seguía yendo a Silo para adorar al Señor. La perseverancia es una cualidad que Dios valora mucho en su pueblo. El aguante en las pruebas da un carácter piadoso y una esperanza que no avergüenza (Ro 5.3-5).

El dolor agudo muchas veces lleva al Señor. Ana había adorado fielmente a Dios en compañía de todo Israel, pero esta vez fue sola al tabernáculo para orar al Único que podía ayudarla. Con lágrimas amargas derramó su alma delante del Señor, puso su esperanza a sus pies y le ofreció el sacrificio de lo que ella más valoraba: un hijo.

Aquello a que nos aferramos solo podremos conservarlo si lo rendimos a Dios. Este principio bíblico se aplica a nuestras esperanzas y a nuestra vida misma (Lc 9.24). Aprenda del ejemplo de Ana, y derrame su corazón a Dios. Ponga sus esperanzas delante de Él, el Único que puede satisfacer sus deseos o cambiarlos para armonizarlos con su voluntad.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Aferrados a nuestra esperanza

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