Si bien las naciones y las nacionalidades son importantes, ellas no son eternas.
Mateo 25.31-46
Este mes, la mayoría de los estadounidenses celebran la independencia de la nación. Las banderas ondean, las familias se reúnen y los fuegos artificiales llenan el cielo nocturno. Hacemos esto para demostrar nuestro aprecio por nuestra ciudadanía norteamericana, y para honrar a quienes se sacrificaron para darnos las libertades que tenemos. Pero hay una ciudadanía que trasciende todas las fronteras nacionales. No importa donde esté ahora mismo, si cree en Cristo, tanto usted como yo somos conciudadanos del reino de Dios. La palabra reino denota poder o dominio sobre una región o un pueblo. Por lo tanto, el reino de Dios se refiere al gobierno y a la autoridad total del Señor. Aunque es verdad que Él reina en los corazones de sus seguidores aquí en la Tierra, no debemos olvidar que el término también se refiere a su soberanía en el cielo.
El Señor Jesús está en este momento sentado a la diestra del Padre en el cielo, pero el pasaje de hoy señala un momento en el que regresará a la Tierra para sentarse en su trono glorioso y reinar sobre el mundo entero. Él vencerá a todos sus enemigos, destruirá a los impíos y dará la bienvenida a los justos a su reino glorioso. Y como ciudadanos del reino, gobernaremos juntamente con Él (Ap 3.21). Si bien las naciones y las nacionalidades son importantes, ellas no son eternas. Todos los que pertenecen a Cristo son, ante todo, ciudadanos de su reino. Esto significa que todas las fronteras geográficas y las barreras que nos separan han sido eliminadas en Cristo, y todos somos uno en Él. Cuando adoramos, debemos vernos como conciudadanos en el reino de Dios.
Devocional original de Ministerios En Contacto