Abra la Palabra de Dios, e invítelo a que le hable de nuevo. Y, después, escuche.
Salmo 81.8-14
¿Sigue hablando el Padre celestial con sus hijos? Es una pregunta que puede estar en su mente ahora mismo. Todos tenemos esta necesidad de saber que el Señor todavía se comunica con nosotros. Anhelamos la certeza de que nos escucha y responde. En la lectura de hoy, tenemos una imagen clara del corazón de Dios: Él anhela que Israel lo escuche. Piense en esto. Aquí está el todopoderoso Creador del universo suplicando a su pueblo elegido que escuche su voz. No tiene sentido, ¿verdad? ¿Por qué los israelitas harían oídos sordos a su sustentador y todopoderoso Padre celestial? Sin embargo, el mensaje de Dios es enviado a oídos desatentos. Él dice: “¡Oh, Israel, si tú me oyeras!… Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me obedeció” (Sal 81.8, 11 LBLA).
Miles de años después, estoy seguro de que la misma pregunta resuena en el cielo. Prácticamente, podemos escuchar al Señor decir: “Oh, Iglesia, si tan solo me escucharas. Pero mi Iglesia no escuchó mi voz. ¡Oh, que mi Iglesia me escuchara!”. ¿Alguna vez ha sentido a Dios diciéndole lo mismo a usted? Todos podemos perder el contacto con Él a veces. Eso sucede cuando nos ponemos en un rincón y restringimos al Señor a algún lugar “por allá” y fuera del camino. Parece, entonces, que perdemos el rastro de su voz en nuestra vida. Y, sin embargo, aunque no lo escuchemos, sigue hablando. Aquiete su espíritu hoy. Abra la Palabra de Dios, e invítelo a que le hable de nuevo. Y, después, escuche.
Devocional original de Ministerios En Contacto