A medida que nuestro amor por Dios crezca, también lo hará nuestro aborrecimiento del mal.
Números 25.1-18
Piense en las veces que se ha sentido airado. ¿Cuáles fueron las causas? Con toda franqueza, la mayoría de nosotros tendríamos que reconocer que nuestra irritación suele ser por razones egoístas. El libro de Santiago nos dice que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1.20). Sin embargo, existe la indignación justa, y puede ejercerse para favorecer el trabajo de Dios. En el pasaje de hoy, encontramos un excelente ejemplo de esto en Finees, quien se levantó para ejecutar a Zimri y Cozbi por sus inicuas acciones. Gracias a este acto, fue elogiado por Dios con las siguientes palabras: “Finees… ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su celo por mí entre ellos” (Números 25.11).
Dios miró el corazón de Finees, vio su pasión, y la llamó “su celo por mí”. Por supuesto, no podemos tomar la ley en nuestras manos y comenzar a ejecutar a las personas, pero podemos tener la misma actitud de corazón que tuvo Finees. Este era un hombre que amaba a Dios con tanto ardor que no podía evitar odiar el mal. Mostró la misma ira que llevó al Señor a atravesar el templo con un látigo de cuerdas. (Vea Jn 2.13-17). En ambos casos, el celo por los asuntos de Dios fue demostrado con ira. ¿Cómo podemos hacer lo mismo? Se trata de tener la perspectiva de Dios, y dar la cara por lo correcto. Podemos situarnos en la puerta de nuestro corazón y matar cualquier pensamiento pecaminoso que intente entrar a él. Asimismo, podemos echar fuera los ríos de suciedad e inmoralidad que nos rodean, que intentan entrar en nuestros hogares. A medida que nuestro amor por Dios crezca, también lo hará nuestro aborrecimiento del mal.
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