
Versículo:
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. (Génesis 3:1-6 RV60)
Dios caminaba con Adán y Eva en el huerto del Edén. Ellos le conocían. Sin secretos, sin sombras, sin pecado. Hasta que el príncipe de las tinieblas entró en el huerto en forma de serpiente.
La serpiente era astuta. Disfrazó una mentira y se acercó sutilmente a Eva. Le presentó un fruto endulzado con sabiduría en una especie de “copa de oro” demasiado atractivo. La mujer vio que era bueno para comer, era agradable a los ojos y codiciable.
El veneno la invadió de inmediato, distorsionó su visión, marcó su piel, torció su corazón. Se zambulló en la sombra del príncipe. De repente estaba sola. Extrañó la intimidad para la cual fue creada. Con todo, en lugar de volverse a Dios, decidió tentar a otro para alejarse de Él. Volvió a llenar “la copa” y la ofreció a Adán.
Aquel envidiable fruto les abrió los ojos, mostró su vergüenza y trajo graves consecuencias para la humanidad entera.
El pecado es así. Satanás lo presenta siempre como un atractivo y dulce fruto, en una copa con rubíes incrustados en oro de filigrana que te invitan a tocarla y comer.
El diablo es sagaz, sabe dónde y en qué momento actuar. Lo hace en el momento justo. Ya sea que te sientas débil y vulnerable, o cuando te sientes fuerte después de grandes victorias. Por eso es que la Palabra de Dios nos dice en 1 Corintios 10:12 que “el que piensa estar firme, mire que no caiga.”
El reto diario para todo cristiano es cuidarse del fruto y la copa que nos ofrece el mundo. Las tentaciones y el pecado nos inundan, nos bombardean por todos lados, pero Cristo es capaz de darnos la victoria y hacernos libres.
En Él lo que está torcido vuelve a enderezarse, el cautivo es liberado y las cadenas pueden ser rotas. No hay fruto ni copa que pueda más que su abundante gracia y amor.
Tomado del Libro “Segundas Oportunidades” de Max Lucado
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