Dios envió a su Hijo a tomar nuestro castigo al morir en nuestro lugar. A menos que los creyentes lo entendamos, dudaremos de nuestra salvación.
Romanos 6.21-23
Dios envió a su Hijo a tomar nuestro castigo al morir en nuestro lugar. A menos que los creyentes lo entendamos, dudaremos de nuestra salvación. No podemos ser tan buenos como para ganar el cielo. Todos nacemos con una naturaleza corrompida; por tanto, algunas veces pecaremos, sin importar cuánto nos esforcemos por evitarlo. La Biblia compara nuestros intentos de hacer obras justas con trapo de inmundicia (Is 64.6). Por sí sola, la humanidad solo tiene una opción con respecto al pecado: morir en él y pasar la eternidad separada de Dios. Pero el Padre amó tanto al mundo que decidió castigar a su Hijo en nuestro lugar (Jn 3.16). Fue un precio muy alto.
El Dios santo no puede mirar la suciedad del pecado; por tanto, cuando Jesucristo se convirtió en pecado por toda la humanidad, el Padre tuvo que apartar la mirada de Él (2 Co 5.21). El sufrimiento físico de la crucifixión fue terrible, pero nada se compara con el desgarrador horror del Salvador cuando el Padre lo abandonó. El destrozado Mesías gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr 15.34). El Señor aceptó la separación del Padre para que nosotros no tuviéramos que estar separados de Él. Cuando Pablo dijo que la paga del pecado era la muerte, se refería a la separación eterna de Dios (Ro 6.23). Como creyentes, somos salvos y reconciliados por siempre con el Señor por lo que el Redentor ha hecho. El Salvador tomó nuestro lugar y aceptó el castigo por el pecado. Él y el Padre han hecho el arduo trabajo de salvación para que tengamos paz, libertad y esperanza, y nunca seamos separados de nuestro Creador. Si usted cree que el Hijo de Dios murió por sus pecados, entonces usted también es salvo.
Devocional original de Ministerios En Contacto