La vida consagrada de un creyente honrará a Cristo y guiará otros hacia Él.
Lucas 6.46-49
El Creador dio a Adán y Eva dos mandamientos: primero, llenar la tierra y gobernarla; y, segundo, no comer de cierto árbol del huerto (Gn 1.28; 2.17). Debido a que escogieron desobedecer, su relación con Dios se rompió, y tuvieron que dejar el Edén. La rebelión de la primera pareja no solo afectó sus vidas, sino también tuvo implicaciones mucho más amplias: todas las generaciones futuras sufrirían. En Romanos 5.12-19, el apóstol Pablo explica por qué. Por la transgresión de un hombre, Adán, el pecado hizo su entrada al mundo, y resultó la muerte para toda la humanidad. Debido a que Adán era la cabeza de la humanidad, su desobediencia afectó a todos los que nacieron después de él. Cada persona comienza con un alejamiento del Señor y un deseo de rebeldía.
En contraste, Jesucristo hizo de la conformidad con la voluntad del Padre celestial la prioridad de su vida. Obedeció a Dios tanto en palabra como en obra. (Véase Juan 8.28, 29). Habiendo tenido una vida perfecta, sin pecado, cumplió con todo lo necesario para ser nuestro Salvador (2 Co 5.21). Por la muerte de un hombre, Cristo Jesús, se pudo pagar por las transgresiones de toda la humanidad. La aceptación de Dios del sacrificio del Hijo nos trajo el perdón y la libertad del poder del pecado. La desobediencia de Adán trajo juicio y muerte, mientras que la obediencia de Cristo resultó en nueva vida para todos los que creen en Él (Ro 6.4). Nuestro Salvador nos llama a renunciar a deseos egoístas, sacrificarnos y seguirle (Mt 16.24). La vida consagrada de un creyente honrará a Cristo y guiará otros hacia Él.
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