La libertad personal consiste en decidir proteger el corazón, la mente y el cuerpo de las malas influencias.

Romanos 6.11-18

En la bahía de Nueva York se levanta la Estatua de la Libertad, símbolo de la libertad que los estadounidenses valoran. Pero si bien estamos agradecidos de vivir en esta “tierra de hombres libres”, todavía existen muchas personas cautivas de prácticas y formas de pensar pecaminosas.

La libertad de un país depende de su poderío militar y de las leyes del gobierno. Sin embargo, la libertad personal consiste en decidir proteger el corazón, la mente y el cuerpo de las malas influencias. En una nación creada sobre la idea de la independencia, nos llamamos “libres” mientras que no estemos presos ni impedidos de procurar nuestro bien. ¿Pero es “libre” el hombre dispuesto a tomar venganza? ¿Es “libre” la mujer adicta a calmantes?

El arsenal del enemigo tiene toda clase de tentaciones que encadenan nuestro tiempo y nuestra atención. La necesidad de ocuparse de estos hábitos y de esas sustancias y actitudes consume a la persona y la hace desenfocarse de Dios. Luego, el diablo utiliza uno de sus mayores engaños: convence a las personas de que sus cadenas no existen realmente. Las enseña a justificar lo que piensan (“un poquito no me hará ningún daño”), y a negar la realidad (“puedo dejar de hacerlo cuando quiera”).

Según la Biblia, los humanos somos, o bien siervos de Dios, o bien esclavos del pecado (Ro 6.16). No hay término medio. Los últimos sirven a Satanás al alimentar sus impulsos, mientras que los “esclavos” del Señor disfrutan de una libertad verdadera al honrar al Señor y mantenerse alejados de las cosas que encarcelan su cuerpo, emociones y pensamientos.

Devocional original de Ministerios En Contacto

La verdadera libertad

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