Nuestro estrés no tiene por qué convertirse en angustia.
Salmo 46.1-11
“¡Me largo!” La mayoría de nosotros sentiremos ganas de gritar esto en algún momento de la vida. Cuando sentimos que una circunstancia es angustiosa, o cuando la presión de la rutina diaria parece insoportable, una reacción común es el deseo de escapar. Ya sea que el estrés esté relacionado con el trabajo, una relación u otra situación que parece demasiado difícil de manejar, anhelamos alivio. Por tanto, decidimos largarnos, ir adonde sea para salir de donde estamos.
Pero el Padre celestial tiene una verdad grandiosa para nosotros: la manera de manejar las situaciones estresantes es dejar de luchar contra ellas y mantener la calma. Para el salmista, esto significaba estar quietos y saber que Dios es verdaderamente Dios (Sal 46.10). Jesús promete paz en medio de pruebas cuando no insistimos en los problemas y los confiamos a su cuidado (Mt 11.28-30; Jn 16.33). Por eso, aunque el instinto humano es pedir auxilio, Dios nos llama a acercarnos a Él. Entonces podemos tener paz en nuestro espíritu al absorber la verdad de su Palabra.
Sobre todo, el Señor quiere que sepamos quién es Él. A medida que creamos en la verdad de su soberanía (1 Cr 29.11), y aceptemos tanto la bondad absoluta de sus planes (Jer 29.11) como su profundo y permanente amor por nosotros (Ef 3.17-19), creceremos en nuestra confianza en Él. Entonces nos resultará más fácil estar quietos y saber verdaderamente que Él es Dios.
Nuestro estrés no tiene por qué convertirse en angustia. Cuanto mejor comprendamos a nuestro Padre celestial, más capaces seremos de enfrentar las circunstancias con paz (Fil 4.7) y confianza (Jer 17.7). Este es el privilegio que tenemos como hijos de Dios.
Devocional original de Ministerios En Contacto