Su sacrificio nos convirtió de extraños a hijos de Dios y de enemigos a amigos de Dios.
Romanos 5.6-11
Hay personas que expresan su amor con tarjetas, regalos o dulces palabras. Sin embargo, el amor humano no puede compararse con el amor que Cristo demostró al morir en la cruz.
El Señor vivió sin pecar y agradó a Dios en todo. No tenía ningún pecado por el cual debía pagar (Ro 6.23), aunque nosotros sí. Si el Salvador nunca hubiera venido al mundo, estaríamos rumbo a la separación eterna de Dios. Pero nuestro Salvador se interesó tanto por nosotros, que dejó el cielo y murió por el mundo que amaba —incluso por quienes lo rechazaron.
El pasaje de hoy describe el misterio de una persona inocente que muere en lugar de una culpable. Pablo pregunta quién de nosotros se ofrecería a recibir el castigo que merecía otra persona. Tal vez pensaríamos en la posibilidad de ayudar a una persona inocente, pero el Señor estuvo dispuesto a ayudar a los culpables. Se convirtió en nuestro sustituto, al asumir tanto nuestro pecado como nuestro castigo. La ira de Dios fue derramada sobre Él por todos nuestros pecados.
Cristo murió en la cruz para que pudiéramos llegar a formar parte de la familia del Padre celestial y vivir con Él para siempre. Su sacrificio nos convirtió de extraños a hijos de Dios y de enemigos a amigos de Dios. Nadie podría preocuparse por nosotros aún más.
Devocional original de Ministerios En Contacto