Convertirse en la sal de la tierra no es cuestión de ser buenos; es la obra del Espíritu Santo.
Mateo 5.13
En el versículo de hoy del Sermón del monte, Jesús llamó a sus seguidores “la sal de la tierra”. Era una forma de describir cómo debemos influir en la sociedad que nos rodea. Quiénes somos, lo que decimos y lo que hacemos en el mundo, pueden compararse con la función y el efecto de la sal.
La sal da sabor. Cada vez que se agrega sal a los alimentos, mejora el sabor, y así es como el carácter, las palabras y las acciones de Cristo pueden dar sabor a nuestro testimonio y abrir la puerta para que la gente escuche nuestro mensaje.
La sal preserva. En los tiempos bíblicos, la sal se usaba para preservar los alimentos. De la misma manera, nuestro estilo de vida ofrece una alternativa a la manera de vivir del mundo, y dirige la atención de las personas al Señor Jesús para salvación.
La sal afecta lo que toca. Las reacciones químicas causadas por la sal pueden ser invisibles, pero los cambios que produce son evidentes. Nunca sabemos cómo una palabra oportuna, un acto de bondad o una posición en favor de la justicia pueden afectar a alguien.
La sal produce sed. Cuando las personas que no conocen a Cristo vean cómo hacemos frente al sufrimiento con tranquilidad, paciencia y esperanza, tendrán sed de saber por qué lo hacemos. Hablarles de nuestra dependencia de Dios y de su suficiencia pudieran dirigirlas a nuestro Salvador.
¿Las personas que le rodean sienten que hay algo especial en usted, y tienen sed de saber qué es? Convertirse en la sal de la tierra no es cuestión de ser buenos; es la obra del Espíritu Santo. Cuando su fruto se produzca en nosotros (Ga 5.22, 23), nuestra vida tendrá el sabor de Cristo.
Devocional original de Ministerios En Contacto