Somos bendecidos —y al mismo tiempo maldecidos— con una comunicación constante por medio de nuestros teléfonos, tabletas y computadoras. Pero la verdadera comunión con el Señor exige cierto aislamiento.
Mateo 6.5-15
En nuestra rutina cotidiana hay innumerables voces que compiten por nuestra atención. Nuestros hijos, nuestros jefes y nuestros seres queridos. En medio de todas estas demandas en competencia, puede ser difícil discernir la voz más importante de todas: la de nuestro Padre celestial. ¿Es de extrañar, entonces, que a veces parezca distante o que no podamos entender con claridad lo que trata de decirnos?
A menos que nos esforcemos por apartarnos de las ruidosas demandas de la vida, nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios se debilitará. Cristo estaba muy consciente de la necesidad de apartarse para orar y meditar en las Sagradas Escrituras. Al enseñar a los discípulos a orar, el Señor les dijo que entraran en sus habitaciones y cerraran la puerta (Mt 6.6). Sabía que, para comunicarse con el Padre, era indispensable “poner en orden” nuestra agenda y pensamientos.
Somos bendecidos —y al mismo tiempo maldecidos— con una comunicación constante por medio de nuestros teléfonos, tabletas y computadoras. Pero la verdadera comunión con el Señor exige cierto aislamiento. Así que, apaguemos la TV, la música y el teléfono, y escuchemos la voz de Dios. Aparte un bloque de tiempo para el Padre celestial hoy, aunque empiece con solo cinco minutos.
Devocional original de Ministerios En Contacto