La transigencia es tan maliciosa que las personas, por lo general, no se dan cuenta de cuando caído en su trampa.
1 Reyes 11.1-7
La transigencia es tan maliciosa que las personas, por lo general, no se dan cuenta de cuando han pisado esta mina destructiva. Hay muchos casos de un buen compromiso. Por ejemplo, cuando lados opuestos se unen por medio de la conciliación mutua. Pero si las concesiones significan que creemos o actuamos de manera imprudente, entonces estamos en peligro. Por desgracia, este compromiso dañino lleva a la frustración y, al final, a la caída.
No caemos en una vida de concesiones; más bien, nos deslizamos hacia ella. El rey Salomón es un ejemplo perfecto de cómo una pequeña concesión puede llevar a la caída. Dios claramente le dice a Salomón que no debe asociarse con otras naciones ni hacer alianzas con ellas. Por eso, aunque traer caballos de Egipto parece inocente, en realidad es transigencia. Además, Salomón hace también una alianza, y se casa con la hija de Faraón. Luego cede más hasta que tiene cientos de esposas. Después, permite que otros adoren ídolos, pero pronto él también se involucra en la práctica. Finalmente, se rebaja tanto que llega a construir un lugar alto para “Quemos, ídolo abominable de los hijos de Amón” (1 R 11.7), cuya adoración estaba asociada con el sacrificio de niños. Esta es una imagen horrible de cómo opera la transigencia.
El principio es el mismo en nuestra vida: una pequeña concesión puede llevar a la ruina total. Las personas se rinden a la presión en muchas áreas diferentes: moralidad, principios, vestimenta, o participación en chismes o conversaciones sexualmente insinuantes. Mañana veremos la naturaleza de la transigencia, así como algunas razones por las que las personas ceden. También veremos las características de una persona que no cede.
Devocional original de Ministerios En Contacto