Cuando rendimos nuestra vida a Dios, el Señor sustituye la esclavitud a la transigencia por la seguridad en Él.
2 Timoteo 3.14-17
Ayer vimos cómo la vida del rey Salomón ilustra el peligro de la transigencia. La concesión comienza de una manera aparentemente trivial. Por ejemplo, alguien podría querer que usted tome una decisión financiera que sabe en su corazón que no es prudente. Pero coopera con el plan porque no quiere herir los sentimientos de la otra persona. Usted ha comprometido el mensaje del Espíritu Santo, quien le alertó.
Las concesiones pequeñas conducen a otras más grandes. Con cada concesión sucesiva, nuestra conciencia se debilita. Al final, siempre que cedamos al mal —ya sea que dejemos de lado una creencia doctrinal o escuchemos música que daña nuestros pensamientos— siempre perdemos.
Nos comprometemos por una diversidad de razones. Muchos lo hacen por temor al rechazo o de no ser apreciados. Algunos eligen esta ruta para evitar conflictos. En otros casos, pueden comenzar a dudar de la fidelidad o bondad de Dios; como resultado, renuncian a Él, comprometiendo sus creencias básicas y cuestionando las razones que tienen para confiar en ellas.
Para ser hombres y mujeres fuertes que se resistan a hacer concesiones, necesitamos tener una armadura. Primero, debemos tener convicciones firmes en cuanto a la Biblia, y depender de ella como la guía para la vida diaria. Luego, necesitamos tener fe en la promesa de Dios de proveer para todas nuestras necesidades. Por último, debemos encontrar la valentía para confiar en Él, aun cuando seamos malinterpretados, perseguidos o acusados falsamente. Cuando rendimos nuestra vida a Dios, el Señor sustituye la esclavitud a la transigencia por la seguridad en Él.
Devocional original de Ministerios En Contacto