Solo cuando vivimos dentro de los límites protectores del Padre podemos experimentar la libertad que Cristo compró para nosotros.
Romanos 6.1-14
Cuando Eva aceptó la promesa de Satanás de una mayor independencia de Dios, ¿cree usted que ella experimentó más libertad? La respuesta es obvia. Ella, Adán y toda la humanidad fueron esclavizados al pecado desde ese momento en adelante. Lo que parecía una buena oferta terminó en una esclavitud terrible. Aunque Cristo ha liberado a los creyentes de la esclavitud del pecado, nosotros, como Eva, a menudo anhelamos la “libertad” para hacer lo que queramos. Pero cuando cedemos a los deseos pecaminosos, nos comportamos como esclavos en vez de vivir como hijos libres de Dios. Él nos ha dado el Espíritu Santo, quien nos da el poder para decir no al pecado si nos sometemos a su dirección.
Las consecuencias de volver a nuestros viejos caminos son devastadoras. Nos hundiremos más en la esclavitud del pecado, perderemos la paz y el gozo de la comunión con Cristo, contristaremos al Espíritu Santo, y nos encontraremos bajo la mano correctora del Padre. También podemos perder la bendición de ayudar a avanzar su reino: al caer en la hipocresía de vivir como el mundo, arruinamos nuestro testimonio porque no hay un beneficio discernible de tener una relación con Dios. Nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo que no son salvos nos observan. A menos que vean una diferencia entre nosotros y ellos, ¿por qué querrían a nuestro Salvador? Si Satanás le susurra al oído que las limitaciones del Señor le están privando de algo bueno, recuerde lo que le sucedió a Eva en el libro de Génesis. Libertad de hacer lo que queramos es esclavitud al yo y al pecado. Solo cuando vivimos dentro de los límites protectores del Padre podemos experimentar la libertad que Cristo compró para nosotros.
Devocional original de Ministerios En Contacto