La disciplina de Dios no es fácil, pero no podemos ignorar sus beneficios maravillosos para el crecimiento espiritual.
Deuteronomio 8.1-14
La disciplina de Dios no es fácil, pero no podemos ignorar sus beneficios maravillosos para el crecimiento espiritual. Nos da una perspectiva nueva sobre el plan del Señor para nuestra vida. Si gozáramos de una corriente continua, ininterrumpida de bendiciones, podríamos pensar que nuestro Padre celestial existe solo para nuestra felicidad, y no sabríamos la verdad acerca de quién es. Piense en lo que, por lo general, le pedimos al Señor: sanidad, éxito o seguridad económica, y buscamos su bendición para nuestras familias y seres queridos. Filipenses 4.6 nos dice que oremos por todo; por tanto, no hay nada de malo en acudir a Dios con todas nuestras preocupaciones. Pero debemos cuidarnos de verlo como nuestro asistente personal o algún tipo de catálogo, donde colocamos nuestro pedido para que nos los haga llegar.
Si ese es el caso, ¿quién está en el centro de nuestras oraciones? No es Dios todopoderoso, quien como nuestro Creador y Salvador es digno de nuestra alabanza y adoración. Cuando hacemos de nosotros el centro de nuestras oraciones, el resultado final es la mentira sutil de que el Señor existe solo para beneficiarnos. Esta distorsión aflige el corazón del Señor, y nos aleja de conocer en realidad su carácter y majestad. La cura para esta egocéntrica idolatría es el quebrantamiento. Cuando Dios dice “no”, quitándonos en vez de agregar más, y luego administrando divinamente lo que tenemos, cuánto tenemos, y por cuánto tiempo lo tendremos, nos ayuda a mantener los ojos en Él. No desprecie esos momentos. Reconózcalos como la voz de su Padre celestial llamándole de nuevo a sus amorosos brazos.
Devocional original de Ministerios En Contacto