A temprana edad, experimenté algunos sentimientos de inferioridad.
Efesios 2.10
A temprana edad, experimenté algunos sentimientos de inferioridad. Debido a que teníamos dificultades económicas, mi madre y yo no vivíamos en los “mejores” lugares ni yo usaba la “mejor” ropa. Incluso en la escuela, sentía que no estaba a la altura académica de los demás niños. La sensación de fracaso y de vergüenza por no ser lo suficientemente bueno era devastadora. La desdicha de la inferioridad nunca es lo que Dios pretende para sus hijos. Su semilla suele echar raíces en los corazones de los jóvenes, y prospera en una atmósfera de comparación. Este tipo de bagaje emocional puede tener ramificaciones debilitantes y esclavizantes en todos los aspectos de la vida. Los sentimientos de insuficiencia pueden evitar que una persona acepte correr riesgos saludables; la baja autoestima paraliza las relaciones personales; y la comparación roba el contentamiento.
Necesitamos entender cómo nos ve Dios. Entonces, cuando surjan sentimientos de inferioridad, podremos aferrarnos a su opinión precisa en vez de hacerlo a nuestra opinión equivocada. Dice que somos hechura suya, es decir, sus obras maestras. Cada persona está diseñada por el Creador según su plan. Las diferencias que nos llevan a hacer comparaciones y a sentirnos desanimados son las mismas cualidades que el Señor creó para darle gloria. Los sentimientos de inferioridad son un obstáculo para llegar a ser las personas que el Padre celestial tuvo en mente al crearnos, y un impedimento para cumplir su propósito para nuestra vida. Cuando se trata de nuestro valor, o bien aceptamos la verdad de su opinión, o bien decidimos no creerle para así confiar en nuestros propios sentimientos. ¿Cuál será su elección?
Devocional original de Ministerios En Contacto