El Hijo de Dios vino al mundo como una expresión del amor maravilloso, insondable e infinito de su Padre, e hizo por nosotros lo que nadie más podía hacer.
Salmo 145.19-21
La vida puede golpearnos con las circunstancias más inesperadas e indeseables. Cuando eso sucede, la conmoción y el dolor pueden hacer que nos preguntemos: ¿Me ama Dios?
En primer lugar, sabemos por 1 Juan 4.8 que “Dios es amor”, lo que significa que su naturaleza se caracteriza por la compasión y el interés por nosotros. El amor tiene su origen en el Señor y Él es nuestro mejor ejemplo de cómo expresarlo. Esta verdad, combinada con la realidad de que Dios es santo, significa que es perfecto en su amor: nunca cometerá un error en la manera que nos ama.
Segundo, sabemos que nuestro Padre celestial nos ama, porque nos llama sus hijos. “A los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios”, escribe Juan en su Evangelio (Juan 1.12 NVI). Por desgracia, algunas personas no tienen un padre que les exprese amor. Pero Dios es el Padre perfecto. Sería contrario a su carácter que maltratara a cualquiera de sus hijos.
Por último, Dios dio la demostración suprema de su amor en la cruz. Todos estábamos muertos en nuestros pecados, pero Cristo llegó al extremo para darnos vida. El Hijo de Dios vino al mundo como una expresión del amor maravilloso, insondable e infinito de su Padre, e hizo por nosotros lo que nadie más podía hacer.
Después de contemplar estas tres verdades sobre el amor de Dios, ¿cómo podríamos dudar de que Él se ocupará de los detalles más pequeños de nuestra vida? Considere las maneras como Él le expresa su amor, y recuerde las palabras de Jesucristo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15.13).
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