La parte de Dios en este nuevo nacimiento implica el perdón de nuestros pecados.
Juan 3.9-13
Desde la transgresión original de Adán y Eva en Génesis, toda la humanidad ha nacido con una naturaleza pecaminosa, y nuestro pecado crea un abismo que nos separa de nuestro Dios santo y perfecto. Para poder estar en comunión con Él, tenemos que nacer de nuevo, recibir una nueva naturaleza, un nuevo espíritu y un nuevo destino eterno.
El renacimiento espiritual es una obra milagrosa del Espíritu Santo; Él no se limita a arreglar nuestra vieja naturaleza, sino que hace una transformación radical, creando un espíritu y una vida nueva en nosotros. Como dice 2 Corintios 5.17: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (énfasis añadido). Como resultado, los creyentes pueden adorar, alabar y servir al Dios vivo por amor genuino y devoción a Él.
La parte de Dios en este nuevo nacimiento implica el perdón de nuestros pecados; para hacerlo, Él envió a su unigénito Hijo a morir en la cruz como nuestro sustituto. De esa manera, Jesús pagó totalmente nuestra deuda de pecado. Él es nuestro sacrificio, es decir, quien sufrió vicariamente a favor nuestro.
La expiación sustitutiva de nuestro Salvador es el medio por el cual un Dios santo y justo perdona el pecado y nos hace santos como Él. Nuestra limpieza no viene de ser religioso, ni tampoco de la confesión del pecado y el arrepentimiento. Viene de la sangre de Jesús derramada en la cruz del Calvario. Si creemos que Él murió para pagar la deuda que teníamos, y luego aceptamos su sacrificio a favor nuestro, somos perdonados de nuestros pecados y Dios los borra (Ef 1.7).
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