Nuestra participación en una iglesia local es una de las maneras en que Dios trabaja para conformarnos a la imagen de su Hijo.

Efesios 4.1-7

Si usted es cristiano, conoce la importancia de ser parte de una iglesia, porque ahí es donde crecemos y adoramos juntos como el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, también es un lugar donde ocurren conflictos, desacuerdos y molestias. Aunque somos salvos y estamos destinados al cielo, todavía vivimos en un mundo caído y luchamos con nuestros pecados y debilidades. Además, venimos de diversos orígenes y tenemos diferentes personalidades y niveles de madurez espiritual. Por eso es esencial que aprendamos a “[vivir] de una manera digna del llamamiento” de Cristo (Ef 4.1 NVI). ¿Cómo podría funcionar un cuerpo físico si las distintas partes ignoraran la dirección del cerebro e hicieran lo suyo? Eso es lo que sucede cuando una iglesia no escucha a su cabeza, Jesucristo. El resultado inevitable es el conflicto cuando cada miembro sigue sus propios planes.

La única manera en que podemos vivir de la manera digna de nuestro llamamiento es teniendo las cualidades mencionadas en el versículo 2: humildad, amabilidad, paciencia, tolerancia y amor. Cuando tales atributos cristocéntricos caracterizan al grupo de creyentes, estar juntos será como un pequeño anticipo del cielo en la Tierra. Aunque todavía puede haber desacuerdos, la manera en que se manejan cambiará. En vez de arrebatos de ira, silencioso resentimiento y hostilidad, habrá una mayor preocupación por la otra persona que por uno mismo. Nuestra participación en una iglesia local es una de las maneras en que Dios trabaja para conformarnos a la imagen de su Hijo. Las relaciones desarrolladas dentro de la comunidad de fe nos alentarán y ayudarán a dejar el pecado, y de esa manera, terminamos pareciéndonos más a Cristo.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Un cuerpo, un Señor

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