La oración es un privilegio extraordinario, sobre todo al considerar la santidad del Señor.
Hebreos 7.23-28
La oración es un privilegio extraordinario, sobre todo al considerar la santidad del Señor. ¿Cómo podemos los seres humanos, pecaminosos por naturaleza, acercarnos al Dios santo cuya naturaleza es tan impecable y perfecta, que incluso una pizca de pecado es incompatible con su presencia? Con todo, eso es ni más ni menos lo que los cristianos estamos invitados a hacer, tal como dice Hebreos 4.16: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Aunque consideramos la oración algo muy natural, nunca debemos olvidar lo que Dios hizo para abrir este camino a su trono. Debido a que es santo, se requería un sacrificio de sangre para cubrir el pecado antes de que alguien pudiera acercarse a Él (Lv 17.11). En la ley del Antiguo Testamento, el sacerdote ofrecía sacrificios de animales para la limpieza de personas imperfectas (Lv 4, 5). Pero eso era solo una solución temporal porque, aunque los sacrificios de animales cubrían el pecado, nunca podían eliminarlo.
En la cruz, el Hijo de Dios se ofreció como el único sacrificio expiatorio para pagar el castigo por nuestro pecado. Su sangre es apta para pagar por cada pecado pasado, presente y futuro de quienes reciban la expiación de Jesucristo por fe. Ahora los creyentes no solo son perdonados, sino también bienvenidos a la familia de Dios como resultado de haber nacido de nuevo de su Espíritu, quien habita en ellos. Tenemos el privilegio de la comunión con el Padre en oración, ya que el Hijo es nuestro Sumo Sacerdote, quien nos cubre para siempre con su justicia.
Devocional original de Ministerios En Contacto