El Espíritu Santo mora en los creyentes y guía el camino hacia una vida rica, satisfactoria y transformada.

Juan 7.37-39

Si usted ha vivido alguna vez en un desierto o experimentado una larga sequía, entiende lo esencial que es el agua. Sin ella, las plantas se secan, las cosechas se pierden, los animales languidecen de sed y, en poco tiempo, la tierra se agrieta y el polvo comienza a soplar. A veces, así es como se siente la vida, demasiado seca, infructuosa, insatisfactoria e inútil. Pero este no debe ser el caso de los creyentes. Incluso si lo externo de la vida se asemeja a una sequía, dentro de nosotros tenemos el agua viva que fluye del Espíritu Santo. De todas las imágenes empleadas en la Biblia para representar al Espíritu, el río de agua viva es una de las más poderosas. Él es visto como la fuente de vitalidad y abundancia en nuestra vida. Como una corriente en movimiento, fluye a través de nosotros, realizando su obra santificadora de transformarnos a la imagen de Cristo.

Llegar a conocer al Espíritu es un proceso de toda la vida. Mientras caminamos en obediencia a Él, experimentamos su guía silenciosa a través de los desafíos de la vida, y también su poder desplegado en nuestra debilidad. Nos maravillamos cuando saca a la luz un pasaje de la Biblia, y encontramos consuelo cuando estamos sufriendo. Sus convicciones nos guían al arrepentimiento para que podamos ser limpiados con agua viva. Y sus impulsos y advertencias evitan que nos dirijamos en la dirección equivocada. Ya que el Espíritu vivificante habita en nuestro ser, ningún cristiano tiene que tener una vida seca e infructuosa. Por supuesto, si nos entregamos al pecado, lo apagaremos. Pero mientras más aprendamos del Espíritu Santo, y caminemos con Él en obediencia, más fluirá su vida a través de nosotros.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Un río de agua viva

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