Cuando somos tentados, y lo buscamos, Dios nos fortalecerá para que podamos resistir y seguir adelante en obediencia.
Santiago 1.13-15
De todas nuestras luchas, quizás la más perturbadora y perjudicial sea la tentación. Esta puede variar, pero la presión nunca disminuye. Antes de que nos demos cuenta, una pequeña mentira sale de nuestra boca, una mirada casual se convierte con rapidez en una mirada lujuriosa, o un ansia abrumadora nos hace incapaces de resistir. Las tentaciones pueden surgir de tres fuentes: de nuestra tendencia carnal y humana a envolvernos en el pecado incluso después de la salvación; de la mentalidad del mundo que nos rodea, con sus promesas de satisfacción y placer; y de las fuerzas demoníacas que buscan alejarnos de las decisiones correctas. Pero la lectura de hoy nos asegura que las tentaciones nunca provienen de Dios. Cuando somos tentados, y lo buscamos, Dios nos fortalecerá para que podamos resistir y seguir adelante en obediencia. Nuestro Padre no quiere que fracasemos. Por el contrario, desea que sus hijos salgamos aprobados después de la prueba.
Es conveniente entender cómo se origina la tentación. El primer paso en el proceso es un pensamiento. En esta etapa, el pecado aún no se ha producido, pero si comenzamos a regodearnos en el pensamiento, entonces el deseo echa raíces e imaginamos los placeres que podrían producirnos. Según Mateo 5.28, en este punto el pecado ya ha ocurrido. En el Sermón del monte, Jesucristo amplificó la interpretación de la ley de Dios para incluir no solo acciones sino también pensamientos, motivos y deseos pecaminosos (véase Mateo 5.17-48). El momento para detener una tentación es el primer pensamiento. Dios quiere que lo dejemos pasar, que lo invoquemos en oración, y permanezcamos firmes en obediencia a Cristo.
Devocional original de Ministerios En Contacto