Un hijo de Dios, aunque esté pasando penas, sabe que la gracia del Señor lo acompaña adondequiera que va.
No hay cristiano que no se haya confundido en su camino de fe. Hasta Jesús se confundió alguna vez: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, ¿recuerdan? Sin embargo, aunque la confusión nos visite, debemos permanecer totalmente confiados en el Señor. Dios es nuestra luz y salvación; cuando somos conscientes de esto no tememos al enemigo porque ese estado de conciencia nos da seguridad y confianza. De esa confianza depende muchas veces el manejo de nuestras emociones. Como dice un amigo: “El problema no te destruye, lo que te destruye es cómo lo manejas”. Cuando somos conscientes de nuestra fe sabemos que Dios es nuestra fortaleza, por lo que no sentimos temor.
Muchas personas sienten temor del diablo, pero ¿acaso a él no le da miedo nuestra presencia? Un amigo jugador de boliche fue a un campeonato mundial y se sintió intimidado por cómo jugaban sus contrincantes, pero el Espíritu de Dios le dijo “Lo mismo piensan ellos de ti, así que juega bien”. Del mismo modo solemos temerle al diablo, olvidándonos del pánico que nosotros le provocamos a él. Que nuestra confianza y alegría no dependa de nuestra abundancia o de las utilidades del negocio. Ya he contado que cuando era vendedor de seguros alguien que me vio contento y cantando me preguntó que si mi alegría se debía a una venta exitosa, a lo que yo contesté que no, que no había vendido nada en todo el mes pero que para poder vender debía estar alegre, pues nadie le compra a un amargado, bravucón o malacara.
Un hijo de Dios, aunque esté pasando penas, sabe que la gracia del Señor lo acompaña adondequiera que va. Él nos hace vivir confiados, y nótese que dormir bien y vivir bien son dos cosas diferentes: la belleza del sueño se construye durante el día.
Aunque haya momentos de confusión donde pensamos que todo se terminó y que no hay nada que hacer, nuestro Padre siempre tendrá una salida, pero antes debemos buscar su hermosura en el templo.
Aun si nuestros padres nos abandonaran Él nos recogerá. Es normal confundirse cuando, por ejemplo, dices cosas como “Le creí al Señor que el cáncer de mi marido iba a ser sanado, pero aun así murió” porque las confusiones llegan con el dolor, pero también es el momento ideal para experimentar la bondad de Dios. Aunque un ejército quiera intimidarnos, en Él siempre podremos estar confiados.
Aunque no podamos ver a quienes están de nuestro lado, podemos estar seguros de que superan en cantidad a quienes están en nuestra contra. Y es que no necesitamos verlos, sino creer que están allí. A mayor nivel espiritual, menos necesidad de ver lo que otros tienen que ver. Nuestra lucha no es contra carne, sino contra lo que domina esa carne. Las riquezas provienen de Dios y quienes se atreven a librar grandes batallas son bendecidos por Él, en todo el sentido; así que cuando tengas a un Goliat enfrente, no veas su tamaño, sino su precio. ¡Nunca alabes u honres el poder de tu enemigo! David nunca llamó “gigante” a Goliat, acaso lo vio con insolencia, pero jamás temor porque el joven pastor de ovejas confiaba en la protección de nuestro Padre; nada nos puede separar su amor.
Cuando atravieso por momentos de confusión no oro a la primera: primero trato de serenarme, luego, le digo al Señor que desearía una explicación a lo que está pasando pero que, si esa explicación no llega, Él es y seguirá siendo el soberano de mi vida. Cuando el enemigo nos ataque, no hablemos mal de él porque hablar mal es tarea de otros, no nuestra. Otros viven de eso, nosotros no. A fin de cuentas, cuando confiamos en la bondad de nuestro Padre, todo trabaja para nuestro propio bien. Para confundirnos tenemos todo el día: charlas con amigos, post de redes sociales, noticias en periódicos, etcétera, por eso confiar en Dios y en su Palabra, sin importar lo que pase, es ahora más importante que nunca. Todas las señales se están uniendo para decir que Él viene pronto y, dicho sea de paso, jamás regresará para fracasar; pero mientras suena esa trompeta final, sigamos anticipándonos a las batallas y siendo la cabeza de lanza y no cola.
Devocional original de Cash Luna