Mi nombre es Adriana Lizette Peña, tengo 31 años y 3 hermosos hijos, casada desde hace 11 años. En el año 2007 inicié como colaboradora en el Call Center de Enlace en la maratónica de mayo. Mi primer hijo tenía 5 meses de vida. Ya estaba por concluir la maratónica cuando me detectaron un quiste en un nódulo tiroideo. El miedo se apoderó de mí y entré en un estado de terror permanente mientras escuchaba el diagnóstico del doctor. Al mismo tiempo realizaba una orden mandándome a hacer estudios para realizar una biopsia ya que había posibilidades de que fuera un cáncer. Fui a realizarme la biopsia y a los 2 días fui por el resultado y no era cáncer gracias a Dios. Al mismo tiempo terminaba mi participación en la maratónica de mayo.

Teniendo los resultados, fui al médico el cual me dijo que se trataba de una degeneración quística, explicándome que un quiste es muy difícil de quitar. Me dio tratamiento para que mi tiroides entrara en un estado de reposo y ver si esto ayudaba a que el quiste ya no creciera más. Me explicó que la única manera de quitarlo era operándolo y aún así no me aseguraba que no volviera a aparecer ya que los quistes son muy tercos, explicaba él. El tragar los alimentos o líquidos se convirtió en algo molesto e incomodo ya que el quiste medía aproximadamente 5 centímetros. Inicié mi tratamiento seguido de una fuerte depresión. Todo el tiempo quería estar dormida para no pensar en que me iba a morir. Descuidé mucho mi apariencia, el cuidado hacia mi bebé de 5 meses y mi relación con mi esposo. No quería estar sola, no quería salir de la casa, cuando no estaba dormida estaba llorando, fui con psicólogos cristianos. Llegó el punto en que le escondía las llaves a mi esposo para que no fuera a trabajar.

Esto fue mi calvario, no solo mío también de mi familia. Llegó la maratónica de agosto, donde mi esposo me animó a participar, y con un gran esfuerzo lo hice. Inició la maratónica y al tercer dia, escuché una palabra de Dios dada por el pastor Cash Luna, llamando a las personas que tienen pensamientos de muerte. Hablaba que la verdadera batalla se pelea en nuestra mente, que Cristo nos ha dado autoridad de someter todo pensamiento cautivo a su obediencia y que el Señor había venido a hacernos libres y a traer sanidad a través de su sangre derramada en la cruz. Dijo que cuando nosotros entendiéramos esto, podríamos ver el poder divino de nuestro Dios. Yo lo tomé y me levanté en fe. Me puse en oración, realicé mi petición de oración la cual me realizó mi compañera que estaba a un lado mio. Llevé mi ofrenda al altar y comencé un proceso de liberación el cual no fue fácil porque yo había dado cabida al enemigo permitiéndole entrar en mis pensamientos.

Comencé a leer la biblia nuevamente; porque había dejado de leerla pero; en voz alta que entrara a mis oídos la palabra de Dios.

Al final de la maratónica me encontraba sentada en mi recámara, bañadita y arreglada, cuando me estiré levantando mi cabeza en alto. No sé por qué toqué mi cuello, (no estaba pensando en eso) y me di cuenta que no tenía nada en mi cuello. Comencé a tragar saliva y no sentía nada. Corrí con mi esposo porque no lo podía creer. Los dos nos abrazamos y lloramos. Le dimos muchas gracias a Dios.

El médico comprobó que ya no tenía nada. Dejé de tomar medicamento y al tiempo, cuando estaba embarazada de mi hija mi doctor me mandó a hacer un perfil tiroideo para checar como estaba mi tiroides. Para la gloria de Dios todo estaba perfecto sin ningún tipo de alteración.

Hoy doy muchas gracias a Dios por el milagro de la vida. A mí me daba mucho miedo realizarme esa operación porque yo no tengo buena cicatrización, soy alérgica al material de sutura, pero el amor y el cuidado de mi Padre es único y especial. Al pasar este proceso mi esposo me dijo que él oraba en silencio por mí mientras yo dormía. Él también llevó su petición de oración y su voto al altar.

Espero que mi testimonio pueda ser de bendición para todas aquellas mujeres que al igual que yo crecieron en un hogar cristiano pero no han podido entender que la verdadera batalla está en nuestra mente. Una vez que la vencemos podemos entrar en el camino de fe donde el Señor nos quiere.


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Testimonio de vida – Adriana Lizette Peña

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