Lo que Dios espera de nosotros es que perdonemos cuando seamos heridos, y que nos arrepintamos cuando pequemos contra alguien.

Gálatas 5.19-25

Hay algo en nuestra naturaleza humana que se resiste a ser controlado por otros. Aunque en apariencia podemos someternos a la autoridad, es posible que no aceptemos la obediencia en nuestros corazones. Por dentro, podemos estar actuando como el niño que es disciplinado por uno de sus padres: obedece la orden de sentarse, pero al mismo tiempo piensa: ¡Por dentro sigo de pie!

Esta es la actitud que conduce a las obras de la carne descritas por Pablo en el pasaje de hoy. Aunque no tenemos ningún poder para controlar lo que otros hagan o digan, tenemos al Espíritu Santo que puede gobernar nuestra manera de reaccionar. Con frecuencia tratamos de culpar a otra persona por nuestras acciones. Las justificamos diciendo: “¡Es que me hizo enojar!”. Cuando en realidad, somos nosotros quienes elegimos estar enojados, con o sin razón.

Cada vez que alguien nos lastime o frustre, podemos decidir si vamos a reaccionar de manera cristiana o mundana. No importa cuánto tratemos de culpar a otros, el Señor no es engañado por nuestra maniobra. Él ve el corazón. Cada uno de nosotros es responsable ante Él por nuestras acciones.

Podemos pensar que el juego de la culpa nos hace quedar mejor, pero Dios no puede ser engañado. Los seguidores de Cristo están llamados a sembrar la paz, y a producir el fruto espiritual de amor, gozo y benignidad (Gálatas 5.22, 23). Si estamos aferrándonos a la culpa, lo único que está creciendo es la “maleza” emocional que nos separa de Dios. Las respuestas que Él desea son el perdón cuando seamos heridos, y el arrepentimiento cuando hayamos pecado contra otra persona.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Cómo ponerle fin al juego de la culpa

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