Sea cual sea el dolor que alguien nos infligió, o la soledad que nos causó la ausencia de alguien, la expectativa de Dios no cambia: debemos perdonar porque Cristo nos perdonó a nosotros.
2 Timoteo 4.9-18
El apóstol Pablo sacrificó mucho. Enfrentó hambre, naufragios, palizas y encarcelamientos por llevar la Palabra de Dios a otros. Por tanto, tenía motivos para esperar que las personas a las cuales enseñaba lo apoyaran en medio de una crisis. Pero Pablo se quedó casi solo cuando estuvo preso en Roma y en su juicio ante un tribunal; solo Lucas continuó apoyándolo.
Es probable que los amigos de Pablo tuvieran razones para mantenerse alejados, es decir, temor a que el tribunal los investigara, o confianza de que la fe del apóstol lo sostendría. Sea cual fuera la razón, Pablo solo tuvo estas palabras para sus desertores: “No se les sea tomado en cuenta” (2 Ti 4.16).
Las palabras de Pablo hacen eco de la historia de Esteban. Cuando él era apedreado por predicar la Palabra, Pablo —en aquel tiempo un fariseo llamado Saulo— miraba con aprobación. Cuando el apóstol se arrepintió después de su experiencia en el camino a Damasco, el recuerdo de las últimas palabras de Esteban debe haberle proporcionado un gran consuelo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hch 7.60).
Aunque la ira y el resentimiento parecieran justificados cuando otros nos fallan, no tenemos derecho a guardar rencor. Sea cual sea el dolor que alguien nos infligió, o la soledad que nos causó la ausencia de alguien, la expectativa de Dios no cambia: debemos perdonar porque Cristo nos perdonó a nosotros.
Devocional original de Ministerios En Contacto