La fuente del amor de Dios es Él mismo, y su amor es eterno, perfecto e incondicional.
Jeremías 31.3
El amor de Dios es totalmente diferente al nuestro. En primer lugar, su amor es eterno. Él nos lo da continuamente, y no hay nada que pueda interrumpirlo o impedirlo. Su amor no se basa en un sentimiento, sino que fluye de su propia naturaleza. Por eso, es perfecto, inmutable y confiable (1 Jn 4.8). En cambio, los desacuerdos y otras circunstancias pueden hacer que el amor humano fluctúe o decepcione.
Además, el amor de Dios es incondicional; no hay nada que podamos decir o hacer para merecerlo o impedirlo. Nunca debemos preguntarnos si el Señor nos ama. Cada día caminamos bajo el manto protector de su amor, que no se ve afectado por nuestra conducta, ya sea buena o mala. Por más que nos alejemos de su voluntad, o caigamos en desobediencia, no debemos angustiarnos pensando que ese manto será quitado. No los construimos nosotros, y por eso no podemos removerlo. La fuente del amor de Dios es Él mismo, y su amor es eterno, perfecto e incondicional.
Pero note que no dije que siempre disfrutaremos de la vida porque Él nos ama; tampoco dije que Dios pasará por alto nuestras transgresiones. La desobediencia es un asunto serio para el cristiano. Sin embargo, incluso en nuestra insensatez y pecado, el Señor es nuestro Padre amoroso que disciplina a sus hijos. Tenemos que recordar siempre que el pecado no afecta el amor ilimitado de Dios por nosotros.
El Padre celestial siempre le ha amado, y siempre lo hará. Al renunciar usted a cualquier concepto erróneo en cuanto a su amor eterno, podrá regocijarse bajo su manto protector.
Devocional original de Ministerios En Contacto