Discernir el plan de Dios requiere la preparación de nuestro corazón, mente y voluntad, y a menudo paciencia.
Salmo 119.105, 106
La vida implica todo tipo de decisiones: algunas son pequeñas, comunes y corrientes, mientras que otras no. Incluir a Dios en nuestra toma de decisiones es la manera más sabia de proceder. La Palabra de Dios que hemos memorizado es algo que el Espíritu Santo usa para ayudarnos a descubrir la voluntad de Dios. Hay un proceso de dos partes que creo que es beneficioso para tomar decisiones, y que también puede ayudarnos. El primer paso consiste en evaluar el corazón, la mente y la voluntad. Para recibir la dirección del Señor, necesitamos tener un corazón limpio, una mente pura y una voluntad rendida. Los hábitos pecaminosos pueden nublar el pensamiento y evitar que entendamos su plan. Confesar nuestros pecados y apartarnos de ellos trae limpieza y claridad (1 Jn 1.9). Una voluntad obstinada que dice: “Quiero hacer las cosas a mi manera”, nos impide escuchar el mandamiento de Dios. En vez de eso, tenemos que dejar a un lado nuestros deseos y comprometernos a aceptar su plan.
El segundo paso es esperar con paciencia la respuesta del Señor. Se necesita valentía para mantenerse firme, en especial cuando otros nos dicen lo que piensan que debemos hacer. Nuestras propias emociones también pueden estar empujándonos a actuar de inmediato, pero debemos resistirnos a adelantarnos a Dios. Ser paciente significa confiar en el Señor mientras esperamos conocer su respuesta y descubrir su tiempo.
Discernir el plan de Dios requiere la preparación de nuestro corazón, mente y voluntad, y a menudo paciencia. Durante nuestro tiempo de espera, debemos obedecer su clara voluntad: ser un siervo fiel en su reino, amarlo con todo nuestro corazón, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt 22.37-39).
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