Vivir en santidad en el mundo es difícil, pero podemos encontrar apoyo y aliento de otros que han recibido a Jesucristo como Salvador.

2 Corintios 6.14-17; 2 Corintios 7.1

Cuando Adán y Eva escucharon a satanás en el huerto del Edén, el mundo fue invadido por el pecado, y desde entonces hemos tenido luchas con él. Con el tiempo, nuestro mundo se ha contaminado moral y espiritualmente.

Nacimos físicamente vivos pero espiritualmente muertos y en rebelión contra el Señor (Ef 2.1, 2). No obstante, al confiar en Cristo como nuestro Salvador, recibimos una nueva naturaleza y el regalo del Espíritu Santo. Esto significa que los creyentes tienen el poder de rechazar el pecado y vivir en santidad (2 P 1.3).

Con nuestra nueva identidad como hijos de Dios, ya no compartimos la misma naturaleza o el propósito de los incrédulos. Los seguidores de Jesucristo somos llamados a servir como sus embajadores, difundiendo el conocimiento del Salvador y anhelando la rectitud. Sustituimos nuestros deseos por los de Él, reconocemos cuando hemos pecado, y pedimos su perdón. Pero estos valores a menudo tienen poco sentido para quienes no conocen a Cristo.

Vivir en santidad en el mundo es difícil, pero podemos encontrar apoyo y aliento de otros que han recibido a Jesucristo como Salvador. Los buenos amigos y los consejeros de confianza nos ayudarán a mantenernos orientados hacia el Hijo de Dios.

Devocional original de Ministerios En Contacto

Una vida santa en un mundo impío

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