Su Palabra nos capacita para reconocer el pecado y expulsar el mal de nuestro corazón.
Romanos 6.16-19
Una prisión física se construye ladrillo a ladrillo. Igualmente, una prisión espiritual se construye pecado a pecado sin que el creyente se dé cuenta. La prisión comienza lentamente, con un pensamiento. Con el tiempo, a menos que ese pensamiento sea erradicado, la contemplación se convierte en acción. Con Satanás prometiendo falsamente la felicidad como la recompensa por ceder a la tentación, el pecado gana fuerza a través de la repetición, hasta que nuestra conciencia es finalmente dominada. Un día descubrimos que nuestra voluntad ha sido esclavizada por el diablo.
Pero podemos evitar las cadenas espirituales. Nuestro primer paso es reconocer dos verdades básicas: todo pecado esclaviza y la esclavitud comienza en la mente. No podemos mantener una relación sana con el Señor mientras aceptemos el pecado. Cuando un mal pensamiento se cuela en nuestra conciencia, tenemos la opción de expulsarlo u hospedarlo. Por el poder del Espíritu Santo, todo creyente tiene el poder de abandonar una idea.
Un fuerte antídoto contra la tentación es una visión a largo plazo de la conducta desobediente. Un segundo paso, entonces, es preguntarnos: ¿Por el placer de este pecado vale la pena vivir esclavizado? Inevitablemente, la respuesta es no. ¿Qué alcohólico diría que un trago vale la pena?
Tercero, ordenamos nuestra vida según las Sagradas Escrituras. Es decir, elegimos hacernos esclavos del Padre celestial porque en Él encontramos libertad verdadera. Su Palabra nos capacita para reconocer el pecado y expulsar el mal de nuestro corazón. Pídale a Dios que le hable por medio de la Biblia, para que pueda ver lo que Él le muestre.
Devocional original de Ministerios En Contacto