Los años de la inocencia son el tiempo para que los padres impartan una formación bíblica sólida y lecciones acerca de la obediencia, para que cuando sean mayores no se aparten del camino correcto.
Deuteronomio 11.18-20
Recuerdo una interesante conversación que tuve una vez con una joven madre primeriza mientras me permitía sostener a su hijo pequeño. Comenté: “Es difícil creer que nacen con una naturaleza pecaminosa”. Ella no estuvo de acuerdo, y pensé que sería mejor no discutir el asunto. ¡Pero me habría gustado saber si un par de años más tarde ya había cambiado de opinión! En algún momento, todos hemos sentido el deseo de hacer cosas que sabemos que son malas. Como adultos y creyentes, hemos aprendido que ceder a la tentación es un pecado contra Dios. Pero los niños hacen lo que su naturaleza les dicte. La madre dice: “No toques”, pero lo hacen de todos modos. Los pequeños todavía no ven la sabiduría de seguir las reglas de los padres. A los niños se les debe enseñar a reconocer la diferencia entre el bien y el mal antes de que puedan tomar la decisión sabia de hacer lo correcto.
En los primeros años, un niño se encuentra en un estado de inocencia. No es ni justo ni salvo, pero está a salvo de la ira de Dios; si muere, irá al cielo. Vimos en la meditación de ayer que ese estado de inocencia es mencionado en la Biblia (Dt 1.39; Is 7.16), lo que confirma que hay un período de tiempo cuando los niños no son responsables de su conducta. La edad en que un niño llega a comprender la responsabilidad moral es diferente para cada uno. A medida que los niños crecen, desarrollan la capacidad espiritual de buscar la rectitud o ceder a sabiendas al mal. Los años de la inocencia son el tiempo para que los padres impartan una formación bíblica sólida y lecciones acerca de la obediencia, para que cuando sean mayores no se aparten del camino correcto (Cf. Pr 22.6).
Devocional original de Ministerios En Contacto