La aparente reacción lenta del Señor ante el pecado, muchas veces desconcierta a los creyentes.
2 Pedro 3.8, 9
La aparente reacción lenta del Señor ante el pecado, muchas veces desconcierta a los creyentes. ¿Por qué no castiga de inmediato a quienes violan sus principios? La breve respuesta se encuentra en 2 Pedro 3.9.
Por nuestra condición humana, queremos que las personas sufran por sus malas acciones. Jonás huyó de su deber de predicar en Nínive porque temía que si sus habitantes se arrepintieran, su Dios misericordioso no destruiría la ciudad. Y eso fue precisamente lo que sucedió. En vez de alegrarse por el triunfo del Señor, el profeta se quejó por haber tratado a los ninivitas con paciencia y misericordia (Jon 4.2).
Jonás estaba enojado con Dios, a pesar de que él mismo había experimentado su misericordia. (Con todo y lo desagradable que fue aquello, hay peores formas de disciplina que ser tragado y vomitado por un pez).
Los creyentes debemos estar agradecidos de que el Señor, a diferencia de los seres humanos, es lento para la ira. Cuando somos rebeldes y testarudos, Él espera pacientemente que reconozcamos nuestra falta. La disciplina es dolorosa tanto para quien la recibe como para quien la aplica. Dios prefiere que veamos el error de nuestra actitud, que dejemos de pensar que estamos quedando impunes por nuestro pecado y que volvamos al camino recto.
El Señor da un valor tan alto al arrepentimiento y a la preservación de la comunión con Él, que está dispuesto a retrasar el castigo por el pecado. Pero solo por un tiempo. Al final, su justicia exige una sanción. No espere a que Él lo discipline. En lugar de eso, haga lo correcto y vuelva su corazón a Dios.
Devocional original de Ministerios En Contacto